
“Agradecé que tenés la panza; esto no es la cárcel” Julia
LEONERA
Idem ( 2008, Argentina-Drama) de Pablo Trapero
Un patio interno se vuelve gran sala con acopio de vestuario. En aquellos sectores que son usados como sets hay incluso algún pequeño santuario donde aparecen estampitas e imágenes de santos, incluso alguna del Gauchito Gil. La estética elegida por el director recuerda a la de El bonaerense , pero el dramatismo es sustancialmente más contundente. Cada imagen suena a golpe en el mentón y para nada pueden ser asociadas a las que se vieron en títulos carcelarios y femeninos del cine nacional como Deshonra , de Daniel Tinayre, hace medio siglo, o la sensacionalista Atrapadas , de Aníbal Di Salvo, hace poco mas de dos décadas.
"Venimos cumpliendo en fecha con lo planeado", asegura Trapero, sentado en uno de los inmóviles y rústicos taburetes de cemento que luce la celda elegida para la entrevista, pensada para dos reclusas, exactamente igual que aquella en la que se filma una escena con Gusmán. Allí todo es gris y los colchones tienen tres centímetros de espesor.
"Comencé a pensar en la película durante el rodaje de Nacido y criado", señala el director, que compartió la escritura del guión con Martín Mauregui, Santiago Mitre y Alejandro Fadel. "Es la historia de Julia, una chica de clase media y universitaria que de un día para el otro se encuentra con una vida que no tiene nada que ver con la suya. No es mujer que está presa por traficar droga o provenir del mundo del crimen, nada que ver. Es una situación confusa, casi accidentada, que desata una tragedia: termina con ella en una prisión, embarazada de uno de los dos hombres que aparecieron ensangrentados junto a ella. De golpe, será acusada de un crimen que seguramente no cometió", explica. "Para Julia, la historia comienza cuando ingresa en la cárcel, el proceso judicial que va llevando su causa en paralelo a su embarazo y el dilema de criar a su hijo en la prisión o no. Es el retrato de mundos contrastados y de cómo en la medida en que van pasando los años mientras el proceso judicial va pegando giros ella misma cambia. Julia es una mujer que tiene que entender lo que ocurrió antes de ir a prisión y cómo se dio este proceso."
Si bien en Familia rodante los protagonistas eran los miembros una familia, un papel decisivo era el interpretado por su propia madre. Esta vez se trata de una historia con eje en una mujer. "Tenía ganas de hacer una película en la cual poder recrear un mundo femenino. Si bien este lugar es un poco contrastante, casi todos los personajes son mujeres", dice.
Durante la preproducción fueron entregadas diez cámaras descartables a distintas reclusas ("de las que volvieron ocho", dice, con una sonrisa, Gusmán), cuyas fotos sirvieron de inspiración a los encargados de arte y vestuario. "Son sorprendentes. Seguramente cuando se estrene la película haremos una exposición con muchas de ellas", dice la protagonista.
"La película ocupa cinco años en la vida de Julia, algo que implica muchos cambios: el embarazo, tener a su hijo dentro de la cárcel, que le saquen a su hijo -dice Gusmán-. La construcción la hice basándome en casos reales y, como la película se divide en épocas, más allá de sus cambios externos fui pensando en sus cambios físicos y emocionales. Si bien no deja de ser una chica de clase media que entra con todas en contra, nada después de esos cinco años será igual: es joven, es linda, tiene plata, es decir, tiene todo para perder. Pero se supone que mató a un tipo, por lo que no es tan «tranquilita»: por un lado se defiende, pero por otro necesita de una «madre tumbera», una líder guía dentro de la cárcel", concluye la actriz.
Por Claudio D. Minghetti
Aquel primer guión que no fue, el del viaje de tres personajes hacia un crimen, dejó asentada una decisión que Trapero y Gusmán mantuvieron, saludablemente. Que, incluso en un medio donde la mayoría de quienes lo habitan son pobres, su protagonista fuera una chica de clase media alta. “Al SP le pedí entrevistas puntuales con chicas que tuvieran una carátula similar a la de Julia, que estuvieran por homicidio, y que pertenecieran a un estrato social similar”, asegura Martina. “Para mí era muy importante no caer en el cliché de comerse las eses: Julia no es una tumbera, es una chica universitaria que por una circunstancia tiene que pasar por esta situación. Sabíamos que de otra manera iba a dar forzado; la idea era centrar la construcción del personaje por otro lado. También me parecía un desafío mayor para la identificación de buena parte del público. Porque la verdad que el 80 por ciento de la gente que va a ver la película va a ser de un estrato social de clase media a media alta, que son concretamente, los que pueden acceder hoy a una entrada de cine.” EN SET CERRADO ¿Viste películas del género “carcelario”? – Vi todo lo que tuve a mi alcance –dice Trapero–Alcatraz, The Shawshank Redemption, lo que se te ocurra. Y las argentinas: vi Atrapadas (la de Aníbal di Salvo, de 1984, con Camila Perissé), Deshonra (1952, de Tinayre con Tita Merello). Y creo que todas las claves del género están en Leonera; no en primer plano, pero están. Con casi todas mis películas hice un ejercicio parecido. En Familia rodante había un género, cientos de películas argentinas sobre la familia, desde Los Campanelli; El bonaerense tiene la tradición del policial argentino; o las películas súper dramáticas de los ‘80 que de algún modo están en Nacido y criado. Me gusta esta idea de dialogar con algún tipo de cine que se haya hecho en Argentina a lo largo de la historia. Por ahí lo hago desarmando y reconstruyendo, repensando lo que ya se hizo desde otro punto de vista. La producción de Leonera (que contó con capitales coreanos y brasileños) distó mucho de esa experiencia más tranquila y controlable que buscaba Trapero. Implicó una larga investigación, un acercamiento abierto al ámbito en el que iba a transcurrir el relato, y lidiar con el enjambre burocrático y logístico que significa filmar en cárceles verdaderas. “Hablamos con Marta Dillon (cuyo libro Corazones cautivos –Ed. Aguilar, 2006–, sensible crónica de las vidas de las mujeres en la cárcel, fue central para el guión de esta película), con Ricardo Ragendorfer (que tiene un pequeño papel en la película), con ex presidiarias, con gente del servicio penitenciario. Varios presos y ex presos hicieron distintos papeles: la mujer que interpreta a Elsa, la abogada de Julia, estuvo 12 años adentro y en ese tiempo se hizo abogada y ahora tiene una ONG que ayuda a chicas que salen de la cárcel. Muchos de los celadores de la ficción son personal del servicio penitenciario que en sus francos venían a laburar en la película. En algunas escenas se daba una tensión particular, mucho recelo porque eran verdaderos celadores con chicas que capaz que habían estado presas.” Desde su rol de productora, Martina cuenta cómo fue el primer abordaje del Servicio Penitenciario: “No sólo fuimos a pedir autorización para filmar en la cárcel, sino que armamos un proyecto más global, de intercambio. Por un lado, para que las presas pudieran trabajar en la película hay algo que ya existía y que yo pedí que se ampliara al rubro cine: la posibilidad de que percibieran sus honorarios a través del SP, por una cuenta en la que se deposita un dinero que se les da cuando salen en libertad, o que puede ser transferido a un familiar o usado para compras de cosas de higiene, por ejemplo. También hicimos proyecciones de nuestras películas de diferentes cárceles con charla debate”. Para sorpresa del director y la actriz-productora, un dato que ella no sabía si dar o no al Servicio Penitenciario en su presentación, ayudó a abrirles puertas. “Eran fans de El bonaerense; algunos la habían visto 15 veces, le pedían un autógrafo a Pablo. Parece extraño, pero en su momento, cuando estábamos por estrenar El bonaerense, que coincidió con el tema de los secuestros express, armé una proyección para la cúpula de la policía, para que la vieran antes y si la prensa iba a preguntarles sobre la película, tuvieran con qué responder. Tuve pánico, pero sabía que ya estábamos jugados, y la reacción fue buena: los cargos jerárquicos por ahí no me decían nada, pero aprobaban el gesto de mostrarles la película. Ahora, sobre el fanatismo que despertó, creo que tengo una respuesta: sí es una película crítica, pero todo el mundo sabe que en la policía hay corrupción, y acá al menos había una película que habla de ellos, de una realidad con la que se podían identificar, y lo valoraron. Creo que es un poco también lo que pasó con los trabajadores del Servicio Penitenciario y con los presos: vieron que alguien podría poner en una película una voz que nadie escucha.” El retrato que hace Leonera de los celadores del Servicio Penitenciario esquiva el lugar común que impuso el género, el de cerdos abusivos y hasta sádicos. “Sin ánimos de idealizar –dice Trapero–, tengo que decir que me sorprendí: así como encontramos gestos de solidaridad entre internos, los encontramos también entre internos y celadores. Uno ve que es muy duro el trabajo para los empleados del SP. Si las escuelas y los hospitales están olvidados, imaginate lo olvidado que puede estar el SP. Muchas veces la gente del SP tiene a sus propias familias adentro. Y seguro que la mayoría no soñaban de chiquitos que querían ser guardiacárceles, sino que determinada realidad social los ubicó en ese lugar. Muchos te lo dicen: Yo tomé este camino porque el otro camino que tenía es el que tomó un primo y él ahora está de ese lado y yo de éste.” La primera de esta serie de entrevistas que Martina tuvo con mujeres presas resultó fatal pero también muy instrumental para diseñar el recuerdo neblinoso que Julia tiene del crimen del que se la acusa. “Le pregunté al director del penal por qué estaba presa esta chica y me dijo: Porque mató a su hijo. Tuvimos una charla de cuatro horas en la que me relató que el crimen en sí mismo para ella estaba en black out; que asume que mató a su hijo por lo que le dicen, pero que no se acuerda de nada, y pensé: Si me está mintiendo es una psicópata terrible, pero si me dice la verdad, es de un nivel de angustia insoportable. Entré creyendo que no iba a poder escucharla siquiera, y terminé casi consolándola, mientras ella, llorando, me decía: Si es verdad o mentira, ¿qué importa?, si yo voy a cumplir la condena; voy a tener que estar acá 20 años. Pero necesito tener la imagen de mi hijo muerto y entender por qué lo maté...” También, cuenta, entendió algo que conecta con el título de la película (aunque la leonera es, específicamente, como se conoce a los espacios de tránsito en las cárceles): “Las internas madres con hijos en las cárceles son más bravas, tienen una cosa de leonas con la cría; están más alertas, violentas. Ahí es donde se producen los motines más seguidos y violentos. Es un poco ley de la selva. Hay un cúmulo de indignación, de resentimiento, vergüenza; una actitud violenta ante las circunstancias que están viviendo, y de culpa porque sus hijos están viviendo esa situación por ellas”. CHICA CONOCE CHICA Uno de los grandes aciertos de Leonera -–por su efecto de verosimilitud, al menos– es el relato de la formación de parejas entre las internas. Cómo el personaje fundamental de Marta (Laura García) se convierte en su protectora, su mujer, su amiga. Dice Trapero: “Depende mucho de los pabellones y las unidades, pero de lo que pudimos ver, el sexo entre las mujeres es muy distinto del caso de las cárceles de hombres. En las de hombres hay uno, dos o tres que tienen una posición pasiva, con quienes todos los otros tipos tienen un rato de sexo. Es el sexo como descarga, no es tan común la idea de pareja, de pequeñas familias u organizaciones más íntimas. También está el sexo de las visitas higiénicas. Pero entre las mujeres vimos que hay una necesidad de crear vínculos de seguridad, de intercambio; de familia, de cuidado. Hay chicas que tienen su pareja, su protectora o su protegida por muchísimos años mientras que afuera, en paralelo, mantienen su marido y su familia, y son dos realidades complementarias. Hay una realidad que colabora: en general la cárcel de hombres tienen colas infinitas de mujeres que van a visitar a maridos y novios, y les llevan a sus hijos. En las de mujeres son otras mujeres que van a visitarlas: hermanas, amigas, madres”. “Siempre, siempre se forman parejas”, dice por su parte Martina. “Todas las chicas de entre 20 y 25 años, que son llamadas doñitas –doñas son después de los 30–, y que ingresan por primera vez a un penal, encuentran alguien que las proteja, si no no sobreviven. Estas protectoras, chongos o madres tumberas, tienen más años en la cárcel, y una o varias protegidas. Esta protección tiene una devolución, que puede consistir en lavar la ropa, o puede ser de tipo sexual, pero es algo por lo que pasan todas, es ineludible. A diferencia de lo que pasa en las cárceles de hombres, que suele ser con violación, acá se forman familias; hay una cosa más de solidaridad y comunidad. El sexo tiene una connotación menos violenta pero en algún momento, más tarde o más temprano, llega igual. Se da naturalmente: todas nos contaban cómo iba pasando, y a veces era la necesidad de un abrazo, o el momento de decir: Tengo miedo, ¿puedo dormir con vos?”. Por Mariano Kairuz Fuente: Página 12





























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